La historia que hoy intenta vender la Fiscalía de Baja California raya en lo insultante. Un hombre aparece maniatado, con evidentes signos de tortura y abandonado en plena vía pública, pero aun así, la fiscal estatal asegura frente a los medios que la causa real de su muerte es “cirrosis hepática”. La imagen del cuerpo, atado de las manos y marcado por la violencia, contradice por completo la versión oficial, pero la autoridad insiste en sostener un relato que nadie cree.
En la conferencia de prensa, la fiscal buscó minimizar el hecho, esquivar cualquier clasificación de homicidio doloso y prácticamente maquillar lo ocurrido como una muerte natural, como si un hombre pudiera amanecer atado y golpeado por obra del destino. Ese tipo de declaraciones solo confirman lo que muchos en Baja California y en todo México ya perciben: que la autoridad prefiere acomodar los expedientes antes que reconocer la realidad delictiva que ahoga al estado. La maniobra es tan evidente que no solo provoca enojo, sino una sensación de burla hacia el propio pueblo, como si nadie fuera capaz de ver lo que muestran las fotografías.
El discurso oficial pretende convencer que este hombre no fue víctima de un crimen, sino de una enfermedad. Sin embargo, el cuerpo habla por sí solo. No hay explicación lógica para que una persona que, según la fiscalía, “murió por cirrosis”, aparezca maniatada como si hubiera sido sometida. Todo apunta a una muerte violenta, claramente dolosa, pero la institución opta por la salida cómoda: moverla al terreno de lo “no delictivo” para no engrosar las cifras de homicidios que tanto pesan en el panorama político del estado.
Mientras la autoridad se esfuerza en imponer una narrativa que no coincide con la evidencia, el caso se convierte en un símbolo de la desconfianza pública hacia quienes deberían proteger a la ciudadanía. El intento de justificar lo injustificable no solo hiere la credibilidad de la fiscalía, sino que refleja un profundo desprecio por la verdad y por las familias que viven día a día los estragos de la violencia. Al final, lo que queda claro es que el pueblo no es ingenuo: las imágenes muestran un crimen, aunque la autoridad pretenda etiquetarlo como cirrosis para reducir un número en una estadística.



